Definiendo el control emocional
Es
la habilidad de controlar nuestras propias emociones e impulsos para adecuarlos
a un objetivo, de responsabilizarse de los propios actos, de pensar antes de
actuar y de evitar los juicios prematuros. Las personas que poseen esta
competencia son sinceras e íntegras, controlan el estrés y la ansiedad ante
situaciones comprometidas y son flexibles ante los cambios o las nuevas ideas[1].
Por control emocional no entendemos
ahogar o reprimir las emociones, sino regular, controlar o eventualmente
modificar estados anímicos y sentimientos -o su manifestación inmediata- cuando
éstos son inconvenientes en una situación dada.
Un control de la afectividad, supone
desarrollar
la capacidad de gobernar las experiencias afectivas, esto es, de adecuarlas a
las situaciones y ponerlas al servicio de los proyectos vitales. La persona con
control emocional se autodomina, afronta los altibajos de la vida y mantiene el
equilibrio afectivo, o sea, la templanza.
Por
qué y Cómo controlar las emociones
Forma parte de la sabiduría universal
el hecho de que los sentimientos alteran el pensamiento: cuando estamos ‘ciegos de rabia’, ‘enfurecidos como un toro
de lidia’ o ‘locamente enamorados’, el propio lenguaje indica que la razón
y el pensamiento, en tales situaciones, no tienen la más mínima oportunidad de
éxito.
Como vimos antes, las emociones
básicas vinculadas al hambre, la sed, el miedo, la ira, la sexualidad y el
cuidado de los niños, forman parte de nuestro equipamiento básico emocional.
Están arraigadas biológicamente en nuestra naturaleza y forman parte de
nosotros, tanto si queremos como si no. En cambio, el modo en que manejamos
este tipo de formas de comportamiento innatas está en nuestras manos: poseemos
la libertad de sopesar las diferentes posibilidades de actuación y de decidir
de acuerdo con nuestros propios
motivos y criterios.
Un aspecto importante del autocontrol
lo constituye la habilidad de moderar la propia reacción emocional a una
situación, ya sea esa reacción negativa o positiva (por ejemplo: no sería
conveniente expresar excesiva alegría ante otras personas, colegas o amigos,
que están pasando en ese momento por situaciones problemáticas o
desagradables). Precisamente lo
mejor que he leído -y contrastado con la realidad- se encuentra en la obra más
conocida del psicólogo de Harvard Daniel Goleman[2] (Inteligencia emocional), y que sería interesante
recoger las sugerencias que propone:
1) Conocer las propias emociones:
Las personas que tienen una mayor
certeza de sus emociones suelen dirigir mejor sus vidas, ya que tienen un
conocimiento seguro de cuáles son sus sentimientos reales. Discernir las
propias emociones y el grado en que nos afectan tiene trascendencia cotidiana.
Nos conviene mucho saber qué personas y qué situaciones nos producen alegría,
tristeza, ansiedad, entusiasmo, etc.
En el caso del enfado, puede
suceder que sepamos de antemano que acudir a cierto lugar o encontrarnos con
determinada persona alterarán negativamente nuestro estado anímico. Por tanto,
saberlo es el primer paso... que no siempre damos.
2) Controlar
las propias emociones
La conciencia de uno mismo es una habilidad básica que
nos permite controlar nuestros sentimientos y adecuarlos al momento. Sobra
decir lo relevante que esta capacidad puede resultar frente a los enfados. Cada
uno controla y ritualiza sus emociones como puede. Tres casos: el que se
santigua antes de entrar en el despacho de su superior, el que cuenta hasta 20
antes de responder a una pregunta envenenada y la que reposa horas o días en la
carpeta de borradores un e-mail antes de enviar un mensaje más eléctrico que
electrónico.
4) Reconocer las emociones ajenas
El control de la vida emocional y su subordinación a un objetivo resulta esencial para espolear y mantener la atención, la motivación y la creatividad. El autocontrol emocional -la capacidad de demorar la gratificación y sofocar la impulsividad- constituye un imponderable que subyace a todo logro. Las personas que tienen esta habilidad suelen ser más productivas y eficaces en todos sus trabajos.
Las personas empáticas suelen sintonizar con las señales sociales sutiles que indican qué necesitan o que quieren los demás y esta capacidad las hace más aptas para el desempeño de vocaciones tales como las profesiones sanitarias, la docencia, las ventas y la dirección de empresas. Esta habilidad facilita comprender -no necesariamente justificar- comportamientos, decisiones y modos ajenos que nos contrarían y provocan nuestros enfados. Según la función que desempeñemos con respecto a otras personas en la familia o en el trabajo, la empatía nos brindará un poder notable para armonizar, conciliar, inspirar confianza y aglutinar voluntades.
5) Controlar
las relaciones
El arte de
las relaciones se basa, en buena medida, en la habilidad para relacionarnos
adecuadamente con las emociones ajenas. Éstas son las habilidades que subyacen
en la popularidad, el liderazgo y la eficacia interpersonal. Las personas que
sobresalen en este tipo de habilidades suelen ser auténticas
"estrellas" que tienen éxito en todas las actividades vinculadas a la
relación interpersonal".
Actividades
básicas para el control de las emociones
Algunos ejercicios nos ayudan
al trabajo mental, como por ejemplo:
- La Respiración: Esta actividad se basa en la importancia de la respiración como proceso para relajarse. Debe hacerse de forma relajada, sin prisas, y controlando no hiperventilar.
- La Relajación: Aprendo a relajarme (relajación de Jacobson). Esta técnica consiste en realizar ejercicios de tensión-relajación con cada una de las partes del cuerpo. Cada ejercicio se debe realizar 2-3 veces seguidas, alternando 10 segundos de tensión con periodos de relajación de 30 segundos. forma gradual, practicándola progresivamente, mejorando paso a paso.
- Demostrar Afectividad: El acercamiento físico, a través del tacto y caricias, es una buena práctica que nos ayuda no sólo a tener un mejor estado de ánimo, sino que permite un control rápido de emociones negativas en las otras personas. Es incluso más efectivo el refuerzo social a través de los elogios y manifestaciones afectivas.
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