Apuntes
Charo Dávalos R.
La democracia peruana se encuentra en la actualidad en una encrucijada: enfrenta grandes desafíos y riesgos, pero también tiene abiertas grandes posibilidades. En las elecciones realizadas, lo que está en juego es dejar atrás una lógica de políticas pendulares y erráticas, así como una dinámica de competencia interpartidaria signada por la polarización y la dificultad para desarrollar conductas cooperativas, que caracterizaron al país en décadas anteriores, todo lo cual interrumpió procesos de aprendizaje y acumulación económica y política.
Está también abierta la posibilidad de consolidar logros y avances importantes en varias áreas, que han puesto al Perú en una situación mejor que sus vecinos en la región andina. Sin embargo, existen también importantes riesgos, resultado de una situación social que no ha mejorado sustancialmente en los últimos años, pese a ciertos avances en la condición general del país; que se expresan dramáticamente en la persistencia de altos niveles de pobreza e indigencia, en la pésima calidad de nuestro sistema educativo, en la creciente inseguridad ciudadana, entre otros.
Esto se traduce en altos niveles de desconfianza interpersonal y en las instituciones, en una creciente conflictividad social, desafección política, crecimiento de opciones contrarias al sistema sin propuestas alternativas claras o viables, y una proclividad para actuar por fuera de los cauces institucionales. Además, tenemos un Estado débil para desarrollar iniciativas, así como actores políticos y sociales poco representativos.
Todo esto hace que caigamos en una dinámica signada por la fragmentación y la inestabilidad política, por conductas no cooperativas en los actores partidarios y sociales, imbuidos en consideraciones de corto plazo, con políticas erráticas insostenibles en el mediano plazo, que terminen generando un círculo vicioso, en el cual la pobreza y la desigualdad crean inestabilidad política, y ésta a su vez impide el desarrollo de acciones que combatan la pobreza y reduzcan la desigualdad.
v Algunos datos
La democracia y la política peruanas son todavía como el bienestar de la gente, una cosa de pocos, semejante a un bien superior. Una regularidad contundente privilegia el conocimiento y la práctica democrática entre los sectores de mayores ingresos y educación. Basta un dato esencial para mostrarlo. Cuando en esta encuesta se inquiere, “qué respondería Ud. En caso que le preguntaran qué es la democracia”, en el promedio nacional, un 34,9% de personas acepta que ni sabe ni tiene idea de lo que es democracia. Pero los porcentajes son muy diferentes según el ingreso o la educación de las gentes:
Entre el extremo de menores ingresos y el de mayores ingresos, la brecha de ignorancia sobre la democracia es de 12.5 a 1; entre la menor educación y la más elevada, de 10 a 1. La democracia, como se concibe en el mundo privilegiado de quienes han tenido acceso a la educación superior y a vivir en ciudades, y pertenecen a familias cuyos ingresos satisfacen todas las necesidades, no sólo básicas, es un sistema de ideas propio, endógeno. Se alimenta y se difunde en un grupo casi cerrado. Es una democracia “de arriba”, que avanza aún muy lentamente hacia los pueblos alejados o hacia los pobladores marginales –sólo geográficamente cercanos- de las ciudades. No avanza tampoco suficientemente hacia los campesinos o hacia las amas de casa, o hacia la Sierra.
La escala de la democracia de los pobres es otra, la del contacto humano, la del trabajo. Su dinámica es a veces ancestral, a veces defensiva, a veces inducida por el clientelismo. La política oficial, la de la clase política, desgraciadamente se ha separado de ellos –y no olvidemos que ellos son la mayoría- porque vive otras preocupaciones, porque todavía estamos comenzando a ser una nación –como sostiene Nelson Manrique, citado líneas atrás-, porque la representatividad está por ensayarse en la dimensión que el ideal democrático le asigna. Los pobres tienen su democracia, o mejor, sus propias representaciones políticas, sus sentimientos de igualdad, sus valores e ideales, su visión positiva de la vida. En la participación política, incluso ajena y formal, los habitantes peruanos se acercan entre ellos. En la participación como dirigentes en los partidos de alcance local, los peruanos de menores ingresos participan tanto o más. Y claro, en las comunidades nativas, no hay altos ingresos, y por tanto, son los pobres quienes participan y dirigen estas instancias.
La democracia es un proceso, y además un proceso permanente, en construcción, también se dice con frecuencia. Se notan las exigencias de lo que falta por hacer, cuando vemos estas fragmentaciones y distancias, estas escisiones de la vida política. Después de todo, la política, como parte esencial de la cultura, tiene derecho a su propia diversidad y reconocimientos mutuos. Vista con la perspectiva del último siglo, recién estamos llegando a la representación plena de los ciudadanos, en sus términos formales.
Concretando, podría decirse que los actuales problemas de la democracia en el Perú son los siguientes:
1. La estabilidad de las formas democráticas. Muchos especialistas afirman al respecto, que siempre hemos salido de un gobierno autoritario pero no de una historia, de una cultura y de unas instituciones autoritarias. Nadie puede sentirse seguro respecto del futuro democrático del Perú en los próximos años. Menos aún si se observa el reciente malestar en diversos frentes (demandas regionales, crisis creciente de los partidos, dificultades en la gobernabilidad, malestar en las Fuerzas Armadas, etc.).
2. La gobernabilidad democrática. Agotado el consenso de Washington, la tensión entre las exigencias del crecimiento económico y las demandas sociales no encuentran aún un derrotero seguro de solución. Después del fracaso de las privatizaciones en Arequipa en el 2002, los dirigentes políticos peruanos no han podido concretar una política de mejora de la competitividad y estímulo a la inversión privada, que sea compatible con la necesidad de aliviar la pobreza. No hay propuestas de fondo (a pesar del Acuerdo Nacional) ni mucho menos consensos sobre el proceso político y económico de la descentralización, librada a la confrontación superficial entre intereses menudos y coyunturales.
3. La calidad de la democracia. En todo el mundo, la extensión generalizada de las formas democráticas viene acompañada de una decreciente intensidad en la vida democrática. Esta es la paradoja de la democracia contemporánea: nunca tan extensa, nunca menos intensa. Los mercados en que los políticos ofrecen propuestas para convencer a electores-ciudadanos, van siendo sustituidos por escenarios mediáticos en que los políticos sólo ofrecen mensajes publicitarios para seducir a electores-consumidores.
4. La pérdida de la calidad provoca falta de adhesión y desconfianza en la democracia, lo cual hace a ésta aún más frágil y precaria. Esto se hace evidente en la Encuesta de setiembre del 2006 sobre Opinión ciudadana sobre partidos políticos del Grupo de Opinión Pública de la U. de Lima, Transparencia e Idea Internacional. Los resultados indican que si bien un 81% prefiere un gobierno democrático a una dictadura, un 88% está poco o nada satisfecho con ella. Asimismo, más de un 80% no confía ni en los partidos políticos ni en el gobierno y un 55% tampoco confía en los medios de comunicación.
5. El centralismo. La precariedad de la democracia en el Perú tiene una relación profunda con el centralismo. El proceso de constitución del Perú como nación se ha realizado en torno a un patrón de desarrollo desigual que concentra los recursos económicos y humanos en determinadas ciudades de litoral (Lima, Arequipa, Trujillo), subdesarrollando su entorno inmediato. Este proceso ha llegado a su extremo en Lima, que es donde terminan todos los circuitos de poder, económico, político y simbólico. No se trata sólo de que existe una distribución inequitativa de los recursos económicos y humanos. El problema fundamental es la existencia de un patrón de desarrollo que lleva las desigualdades al extremo.
El proceso de centralización del poder económico y político en Lima y el litoral va acompañado de la decadencia de la sierra. En esta región vivían en 1940 las dos terceras partes de la población del país, pero para 1993 su población representaba apenas la tercera parte. En el mismo período, la costa, que tenía la cuarta parte de la población en 1940, pasó a tener más de la mitad. La decadencia de la sierra ha tenido como consecuencia directa la pérdida de peso político de la población indígena; en tanto se considera que los indios viven en la sierra, la pérdida de peso de ésta incide en la menor fuerza relativa de éstos en el balance global de poder (Basadre, 1980).
Construir la democracia en el país, hoy, supone encarar diferentes formas de representación. La propuesta oficial de la República fue la negación de la diversidad existente y el intento de imponer la homogeneidad en torno una sola cultura: la criolla. Esta propuesta ha fracasado por la crisis de la propia identidad criolla, debido a su carácter colonial, que la pone en desventaja cuando se trata de emprender un proceso de modernización. Hoy el desafío es imaginar formas de representación que recojan la pluralidad y la diversidad dentro de la unidad de la Nación (García, 2001).
De allí que se hayan seguido políticas pendulares, de esfuerzos interrumpidos e inconexos, que nunca consolidaron propiamente un orden, cualquier que éste sea. Ni el gobierno militar, ni la democracia de los ochenta, ni el fujimorismo lograron construir órdenes estables.
Martín Tanaka (2005) en su obra “Democracia sin partidos. Perú, 2000-2005” señala que el principal cambio político ocurrido en el Perú posterior al fujimorismo ha sido el establecimiento de una situación de competencia política plena entre los actores políticos, consecuencia de la caída del actor hegemónico previo, y que es solo en este sentido que cabe hablar de una «transición democrática», o de un «cambio de régimen»; es decir, la clave de la democratización ha estado en lograr una lógica de equilibrios y contrapesos entre los actores que no existió durante los años noventa.
Como sostiene Tanaka (2001), “también hay tendencias que permiten albergar cierto optimismo, especialmente si vemos el panorama actual a la luz de la experiencia histórica peruana de las últimas décadas; sobre todo, llama la atención positivamente la importante convergencia programática entre los principales actores políticos” (p.58). Si uno mira las últimas décadas en el país, llama la atención la extrema precariedad, debilidad, fragilidad, no durabilidad, volatilidad de los actores políticos y los juegos que establecen entre ellos, y esto tuvo que ver con la gran divergencia en cuanto a los proyectos políticos enarbolados por cada uno de ellos, la polarización de las interacciones, las grandes diferencias ideológicas en cuanto al camino a seguir.
Lo que sí queda claro en lo que se refiere a los dilemas de la democracia en el Perú, es que la terrible experiencia del fujimorismo, no puede pretender considerarse una vía adecuada a la democracia peruana actual y del futuro. Si vemos las últimas décadas, encontraremos que nunca como ahora en el Perú, hay tanto consenso en torno a la importancia de la promoción y defensa de los valores democráticos; de la transparencia, de la lucha contra la corrupción y el autoritarismo.
Lo que sí queda claro en lo que se refiere a los dilemas de la democracia en el Perú, es que la terrible experiencia del fujimorismo, no puede pretender considerarse una vía adecuada a la democracia peruana actual y del futuro. Si vemos las últimas décadas, encontraremos que nunca como ahora en el Perú, hay tanto consenso en torno a la importancia de la promoción y defensa de los valores democráticos; de la transparencia, de la lucha contra la corrupción y el autoritarismo.
Nunca antes hubo tanto grado de convergencia programática en torno al centro político en las propuestas de los principales actores; en torno al reconocimiento de los límites tanto del viejo modelo populista como del modelo neoliberal y la necesidad de reconstruir las capacidades de intervención del Estado, para hacer más competitiva la economía de mercado y reducir sus costos sociales. La situación es ciertamente complicada, pero también hay posibilidades abiertas. Como antes, también ahora todo depende de las decisiones de los actores principales.
1 comentarios:
excelente articulo muy interesante
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