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martes, 3 de enero de 2012

La estructura de la razón práctica: Moral, Derecho y Política en la Ética discursiva

Confrontando las tesis de Apel y Habermas. Ensayo
Charo Dávalos R.

El presente ensayo, se propone exponer una síntesis de dos tesis que no sólo confrontan, sino que también guardan puntos en común por parte de Apel y Habermas respecto a “La estructura de la razón práctica: Moral, Derecho y Política en la Ética discursiva”.
La filosofía práctica ha dejado de interesarse por contenidos, y sigue un camino el cual se inicia por la Modernidad, y que se ocupa de aquellos procedimientos, llamado “procedimentalismo”, lo cual deja entrever los intentos de una renovación de la filosofía práctica. Es este contexto, se reconoce que tanto la moral, el derecho y la política se ven afectados por el procedimentalismo, de forma tal que la legitimación moral, jurídica o política no procede ya del contenido de las normas o proposiciones, sino del procedimiento por el cual han sido obtenidas, puesto que es ahí donde se expresa la razón o racionalidad de las mismas. En otras palabras, son procedimentales porque piensan que lo justo sólo puede ser decidido cuando se adopta el consenso como procedimiento.
Cabe dos preguntas centrales a nuestro modo de ver, de los cuales gira el tema La estructura de la razón práctica, y son: ¿Cuál es la estructura de una razón práctica que se expresa a través de procedimientos morales, jurídicos y políticos?, y ¿Cuál es la relación entre estos tres procedimientos: de mutuo rechazo, de complementación o de identificación?
Para responder a dichas interrogantes, se emplean dos tesis importantes para este cometido: la tesis de los profesores Abel y la Habermas, quienes han propuesto sobre los fundamentos katianos, una noción de racionalidad práctica que intenta dar solución a las dificultades que se ubicaron en la racionalidad deontológica que nos expone Kant. Ambos, sin lugar a dudas, forman parte del llamado giro lingüístico–pragmático en la filosofía, acontecido en la década de los setenta.
Sin embargo, las diferencias que ambos mantienen con respecto a la fundamentación de la ética discursiva no son sólo matices. Habermas sostiene que la acción comunicativa es el punto de inicio en el proceso de fundamentación. Por su parte,  Apel, se inclina por la argumentación que gira en torno a la fundamentación de lo moral. De igual manera, Apel se centra en la necesidad de abordar dos dimensiones que constituyen la ética: la dimensión de fundamentación y la de aplicación. Habermas considera por su parte, que el papel de la ética se dirige a la fundamentación o justificación de las normas.
Pese a estas diferencias, ambos autores consideran que el uso lingüístico se orienta inicialmente a producir entendimiento, a que exista acuerdo entre los interlocutores. Como sostiene Habermas en su Teoría del Obrar comunicativo, cuando hablamos de acción comunicativa, hacemos alusión a las interacciones mediante el cual los participantes concilian sus intereses personales. Es allí donde la ética discursiva tomará en cuenta la característica pragmática del lenguaje en tanto, pone como punto central la concepción del lenguaje como proceso de comunicación.
  De esta manera, la estructura de la racionalidad se explica en la pragmática universal de Habermas como en la pragmática trascendental de Apel. En ambos casos, se destaca el hecho de cómo a partir de la validez, verdad, corrección, veracidad e inteligibilidad, que están insertas en los actos del habla, pueden universalizarse. Tal cometido, representa el mínimo de racionalidad para exigir un mínimo de normatividad universal. Y es que una comunidad en la que los participantes comparten un sentido de la vida, da lugar a la moral y la política en toda su concreción. Sin embargo, en este punto se corre un riesgo, ya que las democracias deben reconocer las comunidades sin permitir la caída en nacionalismos totalitarios-homogeneizantes.
Respondiendo a la segunda interrogante, de cuál será la relación de procedimientos morales, jurídicos y políticos, tenemos que Habermas considera que la relación entre moral y derecho es de complementación y no de identificación, por cuanto, por razones morales es necesario apelar al derecho. Apel no se distancia mucho de esta posición, aunque intenta superar esta tesis de la complementariedad, por cuanto nos habla de la responsabilidad en la solución de los problemas en el discurso, la igualdad de derechos de todos los participantes en la comunicación, pues, la finalidad del discurso, es precisamente la capacidad universal de consensuar todas las soluciones de los problemas. Por ello, Moral y Derecho no solo se diferencian, sino también se complementan mutuamente. Y a su vez, estos guardan relación con la política.
Y esta relación no nos resulta desacertada. Es claro por ejemplo, que si no hay Estado de Derecho no existe  democracia, ya que eso supone ir más allá un simple conjunto de normas constitucionales y legales, pues  involucra a todos los ciudadanos, no sólo a parlamentarios que legislan o a políticos que gobiernan. La existencia del Estado de Derecho se mide en el funcionamiento de las instituciones y en la práctica política cotidiana. Y a su vez, hay muchos aspectos en los que se excede el campo de lo jurídico, para ingresar al terreno de lo moral, porque no desconocemos que existen derechos naturales inalienables.
Resaltamos en las tesis de Apel y Habermas, el considerar que si las normas afectan a todos, deben emanar del consenso mayoritario. Sin ser una solución perfecta -porque tal perfección no existe-, el consenso es quizá la mejor de las formas de llevar la ética a la sociedad, digamos que “la menos mala”. Aunque al respecto, cabría preguntarnos, si el consenso debe considerarse netamente positivo, puesto que, por consenso podría decidirse matar a una persona, y eso no sería moral. Entonces, el consenso sería legítimo en la medida que las personas acepten normas básicas de conducta moral.
En conclusión, pese a las diferencias de las tesis de Apel y Hebermas, debemos rescatar de ellos, el aporte que denominan racionalidad comunicativa como la alternativa a la postmodernidad, y que no es otra cosa que el hacer valer el principio ético discursivo de la universalización, esto es, mantener el respeto al pluralismo de las formas de vida. Y eso no es solo un interés académico, pues creo que todo el mundo se nutre de la práctica comunicativa, y a su vez, ésta es alimentada por este, ya que mucho se ha avanzado con el entendimiento mutuo, y con el consenso sobre reglas de todo discurso argumentativo, donde el dialogo busca la concertación. 

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