En primer lugar, es necesario distinguir tres procesos en la interacción niñez-televisión: acceso, exposición y consumo. El acceso implica todas las posibilidades de la oferta televisiva que puede utilizar el individuo en función de sus necesidades comunicacionales. Este aspecto es básico para otra serie de procesos más complejos. En el caso de los niños, se expresa en el poseer o no un televisor propio, que de estar en su pieza, le permite seleccionar con mayor libertad su dieta televisiva. Este acceso personal puede hacer que la mediación paternal tienda a diluirse y se generen las condiciones para un mayor e irrestricto consumo de programas.
Otra dimensión del acceso, se relaciona con las diferentes ofertas de programación expresadas en conexión a Tv-Cable, uso de video - grabador, video juegos u otras nuevas tecnologías. Al aumentar las posibilidades de software medial, el niño o niña define un consumo televisivo basado en sus propias necesidades, especializándose en géneros determinados, sin negociar con otros compañeros (parientes u amigos) la exposición a determinados programas.
Por exposición entendemos la dieta particular del total de la programación que el niño utiliza. En términos generales, se tiende a ver sobre la base de géneros y atribuidos determinados que deben poseer ciertos programas al interior de un género. Así aunque prefiere un género, discrimina al interior de éste la programación específica que desea ver. Por ejemplo, a las niñas les gusta las telenovelas, programas infantiles, dibujos animados donde los personajes o héroes son del género femenino.
Por su parte, los niños gustan o prefieren películas de acción con cierto agregado de violencia y calma, es decir, de acción, de ficción, y en cuanto a los dibujos animados, prefieren con estos detalles similares, como es el caso de los robots.
El consumo se refiere a la apropiación particular que realiza el niño, su interpretación subjetiva de la proposición de sentido que le ofrece el programa seleccionado. Sólo al distinguir estos tres procesos en la recepción de mensajes televisivos, es posible entender la relación de la niñez con la televisión como un fenómeno complejo que supera la ventana particular de tiempo en que el niño enfrenta al aparato y sus programas. El niño posee un cotidiano en el cual el mundo de la escuela, la familia y la entretención (incluida la TV), tienen sus propias reglas rutinas y exigencias que van desde el tipo de ropa que usan, hasta los registros de habla y libretos conductuales adecuados. Sin embargo, aunque cada uno de estos factores implica una cantidad de tiempo que debe dedicarle el niño o niña, ellos producen sus propias transgresiones a través de las cuales exportan e importan símbolos y prácticas, generando una forma colectiva específica de interactuar con la televisión. Claudio Avendaño nos indica sobre este punto:
“...también la televisión funciona mientras se realizan otras actividades. Sobre todo en niños que pasan gran cantidad de tiempo solos porque los padres trabajan. Esta circunstancia transforma al medio en un elemento de compañía para los niños. Aún más, la televisión puede asumir las características de la radio, en el sentido de constituirse en una especie de telón de fondo para otras actividades..” (1)
Es indudable, que la TV es una fuente efectiva para la creación y formación de actitudes en los niños, ya que desde temprana edad, son sometidos a su influencia sin poseer otro tipo de información. La observación de la realidad adquiere un significado especialmente agudo, si nos referimos a los menores de edad. Según la teoría de socialización comunitaria de Erickson, es entre los 2 y 6 años en que se perfilan los sentimientos preferenciales hacia la madre, padre, familiares y otras personas significativas; a través de este proceso el niño adquiere habilidades y formas de comportarse en la sociedad.
Es a partir de los 4 a 5 años de edad, que se establecen los hábitos permanentes y las características emocionales, jugando un papel decisivo la imitación y la identificación. Entendemos por identificación la adopción de pautas de conducta y actitudes de sus padres y otras personas significativas para él: maestros, familiares o bien algún personaje de la TV; esto ocurre en forma inconsciente. En tanto que la imitación es consciente.
La televisión así, opera en los niños como factor de estructuración, de rutina. El grado de incorporación que tiene la televisión en la vida cotidiana de los niños es tal que éstos no conciben la posibilidad de quedar sin televisión. En este caso la radicalidad da cuenta del rol protagónico que tiene la televisión en sus vidas; la televisión es compañía, es salvación ante las sensaciones desagradables que enfrentan al no poder acceder libremente a aquellas personas y aquellas actividades que podrían proveerlos de lo que la televisión les suple o les provee: soledad, miedo, aburrimiento....contextos limitados...la sensación que su vida se mueve dentro de unos márgenes de estrechez infinitos respecto de lo que hay y lo que ocurre en el mundo, etc.
De este modo, la Tv, es percibida como una factor esencial para integrarse al mundo; ésta contribuye significativamente a la conformación de una especie de mapa que va guiándolos en el conocimiento de las personas, de la vida y del mundo en general. Este mapa que el niño necesita considerar e ir ampliando en la medida en que su vida va progresivamente saliendo de los límites del hogar, integrándose a la sociedad, abarca todos los aspectos, desde ir ampliando su conocimiento del espacio físico, hasta ir adquiriendo las pautas para el desenvolvimiento interaccional adecuado.
Al mismo tiempo en este trayecto de integración a la vida, el niño necesita fuertemente elementos de estructuración, es decir, el mapa es necesario porque sin él la incertidumbre sería intolerable. Evidentemente la estructura o el orden son básicamente dados por las instancias de formación instruidas: el colegio, el hogar, la rutina de actividades.
La mayor cantidad de televisión que ven los niños, suele concentrarse en los horarios diurnos. Según el análisis de las diversas percepciones de los niños no sólo se desprende que ven bastante televisión, sino que además perciben que ven todas aquellas cosas que ellos quieren ver. Es decir, no construyen un discurso del cual se pueda desprender que los niños perciban que la televisión sea o deba ser objeto de regulación o de control, por el contrario, los niños dan cuenta de una relación escasamente restrictiva con la televisión, dan cuenta de ella como un medio al cual se tiene libre acceso. En todo caso, esta regulación se relaciona mas con las tareas escolares básicamente.
Los contra: los contenidos violentos
No resulta una tarea sencilla definir la violencia, en tanto constituye un factor multidimensional que incluye una gran diversidad de hechos y situaciones sociales. Aun cuando para el empírico parezca sumamente simple, lo cierto es que no hay solamente una conducta o situación social que nos permita delimitar claramente las implicancias de la violencia. Así, hablamos de violencia cuando se agrede a una persona físicamente, o se le hiere con algunas palabras. No es pues la violencia algo que pueda asirse con suma facilidad, ya que son innumerables las circunstancias a las cuales puede calificarse como violentas.
La preocupación por los probables efectos de la persistente presentación de contenidos violentos en los medios de comunicación ha constituido una constante entre especialistas e inclusive entre la comunidad en general. Ello ha orientado a realizar innumerables investigaciones y también a diversidad de especulaciones, y hasta conductas colectivas.
Existen algunas teorías genéricas en relación a la percepción y a los medios de comunicación que establecen que las diferencias en la percepción de los mensajes de los medios (percepción selectiva) depende de factores tales como la edad , el sexo, las relaciones sociales con sus grupos de pares o iguales, la influencia de los líderes de opinión en la comunidad, etc. A nivel general existen los siguientes planteamientos en torno a la violencia y los medios de comunicación.
Los primeros estudios, realizados en los años 60, establecen que el acto de presenciar contenidos violentos aporta al público experiencias agresivas indirectas, y que éstas sirven como vehículo inofensivo para aliviar sus sentimientos de hostilidad o frustración, esto es, el vivir una experiencia violenta vicariamente disminuye la probabilidad de que los espectadores incurran directamente en un acto de tipo violento.
Los investigadores trabajaron la hipótesis de que la exposición a los estímulos agresivos incrementa la susceptibilidad de una persona para la excitación fisiológica y emocional, lo cual a su vez incrementa la probabilidad de que ejercite una conducta agresiva, e incluso llegaron a sugerir que los medios de comunicación audiovisuales son provocadores de una excitación fisiológica tal que aumenta los niveles de intensidad emocional en los espectadores, y por tanto la probabilidad de intensas reacciones de conducta.
El grado de la agresividad relacionada con la conducta depende de la frustración existente en el momento en el que se presencia, por ejemplo, un contenido violento en la televisión. Ahora bien, pese a los contenidos eminentemente conductistas, muchas de las acciones emprendidas por la sociedad civil en relación al control de los contenidos violentos de medios en distintas partes del mundo emanan de la base teórica anterior, es decir, la presentación de contenidos violentos en los medios puede tener distintos orígenes, como puede ser el demostrar los efectos de una guerra, por ejemplo, o el hacer vivir una experiencia vicaria al seguir a nuestro héroe. M.L. Casas sostiene:
"...Otros planteamientos bastante generalizados se apoyan en el supuesto de que las personas pueden aprender una conducta agresiva al observar la agresión que surge en las descripciones hechas por los medios de comunicación, y bajo ciertas condiciones, modelar su conducta sobre los personajes que surgen de estos medios. Así, la violencia en televisión, o en otros medios, aumenta la probabilidad de conductas agresivas en los espectadores..." (2) De esta manera, los actos violentos aprendidos, no son puestos en operación a menos de que se suscite una situación que los provoque, pero sí pasan a formar parte del bagaje socialmente aprendido por el sujeto. A ello se puede agregar la posibilidad de que la presentación de contenidos violentos en los medios no sea la causante de las respuestas violentas en el público, sino que las imágenes de violencia, simplemente refuercen los niveles de violencia que los espectadores poseen de antemano.
A todo esto, un aspecto que no cabe duda, son los efectos de la televisión en la conducta del niño. La imitación es muy importante en la adquisición de la conducta ya sea, adaptada o desviada. La TV ofrece modelos simbólicos, que juegan un papel fundamental en la conformación de la conducta y la modificación de normas sociales. Dichos modelos simbólicos pueden ser positivos (conductas normalmente aceptadas por la sociedad) o negativos (conductas rechazadas por la misma). Los niños también pueden aprender a creer que las conductas agresivas son una solución aceptable a la provocación, ya que en los programas violentos estas conductas son vistas como moralmente justificables.
Referencias:
AVENDAÑO, Claudio.
Hábitos del televidente infantil chileno. Cooperación de promoción Universitaria. Santiago de Chile. 1999. 243p.
PASQUALI, Antonio.
Comunicación y Cultura de Masas. Monte Avila Editores. Caracas. 1992. 259 p.
REBOLLO, E.
Violencia y televisión. Diálogos de la comunicación. Lima. Diciembre de 2000.
(5) CASAS, M.L. "Medios de comunicación y violencia". pag. 58
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En consecuencia, las verdaderas causas de la violencia en los individuos son los valores sociales y culturales, las características de la personalidad, la influencia de la familia, etc. Así, la percepción de contenidos violentos en los medios simplemente reforzará los patrones de conducta previamente establecidos en el sujeto.
2.2- IMPACTO DE LA VIOLENCIA TELEVISIVA
En la actualidad nuestro medio social se presenta violento. Si tomamos en cuenta que la televisión es parte de ese medio y que de él recibe los temas y a él los devuelve en forma de influencia sobre los telespectadores, podemos decir que en parte la responsabilidad es del ambiente en donde se desenvuelve ese medio. Cuando nos referimos al problema de la violencia televisada, debemos señalar que no se trata de una violencia real, sino de una representación de la violencia; pero esto no exime a la TV de responsabilidad ni la despoja de todo peligro.
Gerbner y Gross, en un artículo titulado “La Violencia Prolifera”, demostraron que durante el año 1989 ocurrió violencia en el 73 % del total de programación de los Estados Unidos y en casi todas las caricaturas infantiles. Para ello usaron como medidas factores tales como: el porcentaje de programas de contenido violento, el número de episodios violentos por programas y el porcentaje de personajes principales implicados en actos de violencia. Recordemos que en la década pasada varias compañías productoras de dibujos animados de ese país, se preocuparon por los elevados índices de violencia que se observaban y contrataron equipos de especialistas para que investigaran sobre el particular.
En consonancia con los resultados encontrados fueron suspendidas algunas producciones que ya habían comenzado a rodarse, se introdujeron cambios considerables en otros, e inclusive en ciertos casos se llegó a producir una secuencia adicional, después del desenlace del relato, en la cual aparecía el personaje principal explicando a la tele audiencia infantil que lo visto en la pantalla era mera ficción y que en la vida real deberían reinar la amistad, la paz y las buenas razones en las relaciones interpersonales (probablemente puede recordarse esta secuencia incluida en la serie He Man).
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En nuestro país no se han realizado estudios serios con respecto al contenido de episodios o escenas violentas en los programas infantiles o de adultos de manera que no disponemos de cifras que nos guíen en este sentido.
Cuando hablamos de violencia en TV, debemos tener presente dos aspectos importantes: “violencia real” como un reflejo del medio social que se difunde a través de noticieros y reportajes de noticias y “violencia ficticia o representada” que es la que con mayor frecuencia llega al público a través de casi toda la programación.
Los contenidos “violentos” se refieren a “escenas que impliquen la destrucción, lesiones o daño (tanto físico como psicológico) a personas, animales o cosas o que muestren aspectos delictivos”.
La concepción de representación de la violencia parte de una idea en movimiento. La acción de los intérpretes, los movimientos de la cámara, el ritmo de montaje y el desarrollo argumental constituyen cuatro poderosos medios, que pueden ser empleados de tal modo en una escena, que quizás nos pareciera ficticia en la vida real, llegue a adquirir en TV una desproporcionada fuerza de impacto, hasta el punto de que, en mayor o menor grado, se pueda tomar por real lo ficticio”.
Si bien la televisión se encarga de concientizar al público y orientar sus pensamientos formando opiniones y juicios, comprometiéndose a informar con verdad y justicia, promoviendo la difusión de temas útiles, educativa y culturales capaces de renovar la forma de pensar y vivir de miles de personas que tienen acceso a ella, también es cierto que el empresariado de los canales busca el beneficio lucrativo y no de aporte cultural al país. Sabido es que dentro de los objetivos del empresariado para un mayor beneficio económico está el de transmitir programas con una gran acogida del público con violencia incluida .
Algunos medios de comunicación producen programas que trascienden el interés de la sociedad por estar informada de la realidad, y por ende de la situación de la violencia, y llegan al escándalo o la imprudencia en sus emisiones. Más aún, tienen por objetivo alimentar el morbo popular, con lo que aumentarán sus audiencias. Públicos cada vez más caprichosos y exigentes hacen más compleja la carrera de las empresas por un punto de rating, se sabe que la violencia vende. Todo
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parece valer. No hay respuestas indecentes si son capaces de elevar los puntajes.
La violencia se presenta en la pantalla de la televisión a través de muchos tipos de programas, desde videos musicales y espectáculos de entretenimiento, hasta programas infantiles y dibujos animados. La Televisión ha hecho de la violencia algo habitual, sin consecuencias dolorosas y así la ha integrado a nuestro entorno cotidiano. Las personas aprenden conductas violentas, no sólo por las formas concretas en que la violencia es percibida, reconocida e integrada, sino por la identificación con los protagonistas violentos que actúan como modelo para un buen porcentaje de espectadores.
Todo indica que una dieta pesada de violencia televisiva pone en movimiento una secuencia de procesos, basados en estos factores personales e interpersonales, que da como resultado que muchos espectadores no sólo se vuelvan agresivos, sino que desarrollen mayor interés por ver violencia a través de la televisión.
A lo largo del tiempo, aun aquellos espectadores que inicialmente reaccionan con horror ante la violencia de los medios, pueden habituarse a ella o amoldarse psicológicamente, al punto que juzgan menos severamente los actos de violencia y pueden evaluarlos más favorablemente. Con el tiempo la desensibilización puede afectar a todos los espectadores.
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